Por: Andrés ‘Pote’ Ríos
Cobró Daniel Bocanegra, el balón traspasó la barrera, Cuadrado voló hacia adentro y ese balón entró mil veces. En el aire quedó suspendido un silencio de un par de segundos. Esos segundos posteriores se vivieron como cuando Flash corre y todo queda en cámara lenta ante tanta velocidad. Y todos los jugadores alzaron los brazos, Bocanegra corrió y fue gol. Y todo explotó. Atlético Nacional campeón de la Copa Águila y logra su clasificación a la Libertadores del próximo año.
No hay como medirlo, no existe un aparato que lo haga, pero el desfogue de presión que se vivió en la familia verdolaga -directivas, jugadores e hinchas- con la obtención de este título, supera todos los niveles. El que llegó ayer al Atanasio pesando 100 kilos, salió con 40 kilos menos. El que tenía la tula con exceso de preocupaciones le quedó liviana a punta de alegría.
Fue un auténtico respiro. Para todos y para ellos, los protagonistas de un año duro en las huestes verdolagas. Es como si mil ollas a presión hubieran decidido desfogar todo el poder de sus humos.
Es como si mil pianos que todos teníamos en la base de la nuca se hubieran evaporado. Fue como si los yunques de la frustración se hubieran convertido en copos de azúcar de victoria. Y así fue, el equipo no le falló a su historia y fue digno de ella.
En un año en el que se perdieron dos finales en casa y se vivió una temprana eliminación ante un rival inferior en Libertadores. En un año y medio en el que el equipo, tras las mieles obtenidas en 2016, ha sido un “electrocardiograma” de inestabilidades. En un tiempo en que se han cometido errores, en que se ha luchado por enmendarlos.
En momentos de rumores, chismes, desunión, juzgamientos y apresuramientos. En instantes en que aflora lo peor de cada quién y la duda es la que reina, es cuando llega este oasis para recordar que este equipo es muy grande. Tan grande que sus momentos de dificultad los capotea al son de las finales y, en este caso, de un campeonato. Es su precio, es su jerarquía.
Y estamos los hinchas que tras todo esto debemos mirarnos y hacer balances. Mirar que nos deja todo, hacer mea culpas, mejorar criterios, paciencias, tolerancias. Ayer, en medio de la premiación, no faltaron las minorías de tipos que abucheaban a algunos jugadores que no han rendido bien, pero hicieron parte de este título ¡Cuánta mezquindad de parte de esos “pseudohinchas”! ¡Cuánta soberbia y falta de humanidad! Desprecio a esos lunares que no merecen nuestro escudo.
Afortunadamente la gran mayoría, esa masa verdolaga que llenó el Atanasio, es otra cosa. En esta final la hinchada cumplió con creces, no paró de apoyar, dio el alma y dijo: “¡Acá estamos: unidos apoyando!”. Aplauso total.
Y los jugadores cumplieron. Nadie desentonó. Nacional jugó bien. Tuvo un bache ante la reacción de un buen equipo como es el Caldas, pero sorteó todo. Y así es como no cesó en buscar la victoria, en atacar, en pelear cada balón como el último. Fue un equipo unido, serio, comprometido y digno para ser campeón.
El profesor Hernán Darío Herrera se lleva gran parte de este crédito junto a su cuerpo técnico. Como interino se ha portado como un grande, como lo que fue como jugador. Tomó unas velas caídas de un barco averiado en medio del huracán y lo supo llevar a este título. Sí, este es un reto para “El Arriero”. Hay un antes y un ahora en su carrera, no se puede quedar ahí, debe prepararse más, seguir adelante y potenciar sus cualidades. ¡Muchas gracias a él!
Gracias a los directivos en cabeza del presidente Juan David Pérez. Hay una reingeniería, hay gente capaz, hay personas con el corazón verdolaga trabajando en y por el equipo. Este título es muy de ellos.
Este título hay que degustarlo y queda la sensación del inicio de una nueva era para Nacional. Atrás quedaron las frustraciones, seguro vendrán otras, pero se percibe fortaleza. Esto es Nacional, el equipo de 29 campeonatos, el equipo que soluciona sus crisis siendo campeón, todos juntos, su hinchada y los jugadores. ¡Muchas gracias Atlético Nacional, esto era necesario!