Por: Andrés ‘Pote’ Ríos
El ego es una cuestión que crece y se propaga en el ser como la peor de las pandemias. Si usted quiere conocer la esencia de alguien, saber en realidad de qué está hecho y cuál es su verdadera cara, hay que verlo cuando tiene mucho dinero, o, en un caso más endémico, cuando tiene logros y poder. Ahí se ve quién es quién. Y todos hemos caído en eso, cambiamos, por lo regular más hacia el lado malo, cuando la vida nos da ese poder.
La hinchada es una enorme masa que cada día aprende, se cae, se levanta, recae en el error, aprende más y todo va de la mano de la grandeza del club. El hincha verdolaga creyó que tras el enorme éxito de la época dorada del 2011 al 2017, el ganar iba a ser algo constante y eterno y, el perder, iba a ser algo que quedaba en el olvido y que se convertiría en una variante que poco se podía tolerar.
El tiempo, dentro del marco del no ganar y de tener varios tropezones de todo tipo, nos ha enseñado que lo dorado es dorado mientras brille y que hay que sudar mucho bajo el manto de las buenas decisiones, la correcta planificación y la paciencia, para que el brillo de los trofeos de nuevo se refleje en nuestros rostros. La derrota forja el temple para obtener las victorias. Y, desde Zubeldía, pasando por Maturana y otros, así lo supieron, aguantaron, miraron más allá y ganaron. Pero, repito, estructuraron la victoria sobre cimientos de derrotas. Y eso a los hinchas a veces nos cuesta comprenderlo y es entendible, somos hinchas del más grande, y siempre queremos que ese grande sea más. Esa grandeza se forjó bajo el esfuerzo de muchos, bajo frustraciones y valentías que nos dieron vueltas olímpicas.
Ahora bien, si conseguir objetivos es duro, el pelear como hienas por la presa del venado es algo que también tiene que tener su buena forma. Ganar da créditos, ganar en un club como Atlético Nacional queda escrito en la eternidad. El cómo y el cuándo de ese qué, quedan en los relatos, en el recuerdo del hincha, en la percepción, en lo que se sintió. En eso la justicia es implacable, la historia es una, la dictó el balón y ahí están las pruebas, eso es claro.
El título de la Libertadores del 89 se empezó a construir, planear y edificar desde 1985. Fue con Luis Cubilla y con el Maño Ruiz. Fueron las decisiones de la familia Rios, fue con lo que aportó Tobón, fue el traer a Pacho Maturana, fue el darle mucho peso al jugador antioqueño, fue Sergio Naranjo, fue Gilberto Molina, fue Víctor Raúl Taborda, fue la filosofía de trabajo y el ejemplo de Andrés Escobar y su contagio a los demás. Fue un grupo de jugadores que eran ante todo amigos talentosos y ambiciosos. Fueron muchas cosas que engranaron para que al final, Alexis García levantara el trofeo de la primera gloria continental.
El título de la Libertadores de 2016 se empezó a construir, planear y edificar desde el 2010. Fue con el plan de Sachi Escobar, la llegada de un grueso número de buenos jugadores, fue con la implementación del esquema de trabajo, visión de juego, filosofía y administración humana y deportiva de Juan Carlos Osorio. Fue con la buena decisión de elegir a Reinaldo Rueda, con su sapiencia para mantener lo bueno del anterior y darle sus ingredientes, sus toques de paciencia, trabajo, táctica y buen manejo de tiempos.
Fue con el ejemplo de Juan Pablo Ángel que contagió a los demás y sembró profesionalismo. Fue con la mezcla de jugadores talentosos con otros surgidos de la cantera que no desentonaron, sorprendieron. Fue por el trabajo de Juan Carlos De La Cuesta y Víctor Marulanda. Fue por el incansable apoyo, liderazgo y visión de don Antonio Ardila. Fueron muchas cosas para que al final, Alexis Henríquez (dos Alexis, dos capitanes, dos momentos eternos) levantara el trofeo de la segunda gloria continental.
Pero, ante todo, cada título de este bello club, es de los jugadores y, de la savia más importante: la hinchada.
Por eso cuando sale algún personaje a defender sus méritos y, que lo que hizo éste o el otro, es mejor, peor, o, de él, solo de él y no de otros, pienso que ese personaje, póngale el nombre que sea, pierde en ese debate tonto.
Siempre creo que en cada título de Atlético Nacional estamos todos: usted, yo, Turrón, Hernán Botero, Zubeldía, mi abuelo López que nunca pisó el Atanasio y amaba el club, una novia, los parceros, Vitri, Juanito, la manga de Don Pepe, todos los que tengan corazón verdolaga son dueños de esos títulos e hicieron algo por ellos. Al fin y al cabo, es el ADN del club.
¿El resto? Pelea tonta de egos tontos.