Por: Juan Felipe Velásquez Echavarría.
Atlético Nacional superó con autoridad a Cúcuta Deportivo y avanzó a los octavos de final de la Copa Colombia. El equipo de Gandolfi resolvió la serie con un global de 4-0: ganó 1-0 en Medellín y se impuso con claridad 3-0 en el partido de vuelta, disputado en el estadio General Santander. Los goles de Alfredo Morelos, Edwin Cardona (de penal) y Andrés Sarmiento sellaron una clasificación que, en el papel, era casi un trámite.
Y es aquí donde empieza la discusión que vale la pena tener: ¿qué valor tiene una victoria así en medio del momento que vive Nacional?
Porque seamos claros: no hay mucho mérito en vencer a un equipo de segunda división, con un proyecto deportivo a medio construir y cargado de dificultades institucionales y financieras. Ganar era lo mínimo exigido. Golear, lo previsible. No se trataba de una prueba de carácter, sino de un examen de responsabilidad. Y Nacional, para su fortuna y la de todos los hinchas, lo aprobó con seriedad.
¿Eso basta para celebrar? No. Pero tampoco se puede restar valor a lo hecho. Muchas veces hemos visto cómo, en este mismo tipo de partidos, Nacional se ha enredado con rivales inferiores. Esta vez, no fue así. Se mostró concentrado, ordenado y eficaz. Se cumplió con profesionalismo, sin subestimar el contexto. Y eso, aunque no despierte aplausos eufóricos, sí debe reconocerse.
El equipo viajó a Cúcuta en medio de un ambiente tenso. Incluso el bus fue apedreado a su llegada al estadio. Pero dentro del campo respondió con carácter, neutralizó al local desde el primer minuto y dejó claro que, al menos en esta llave, hay una distancia abismal entre ambos proyectos.
Sin embargo, más allá del marcador, hay una verdad que sigue siendo incómoda: esta victoria no cambia la sensación generalizada de escepticismo en torno al proceso que lidera Gandolfi. Porque lo que preocupa no es si Nacional puede ganarle a equipos del Torneo BetPlay, sino si tiene las herramientas tácticas, futbolísticas y emocionales para competir en serio en la Liga y en la Copa Libertadores.
El desafío real está en otro nivel. Se avecinan rivales con mucho más peso, como São Paulo, y escenarios que no permiten margen de error. En ese contexto, el partido contra Cúcuta solo sirvió como un deber cumplido. Bien hecho, sí, pero lejos de cualquier épica.
La hinchada, por su parte, sigue dividida. Hay unos pocos que aún creen en la evolución del proyecto y otros que, con razón, se muestran impacientes. Los títulos son la medida que sostiene a Nacional, y en este club no hay espacio para procesos largos sin resultados ni para discursos que maquillen rendimientos tibios. La historia exige competir y ganar, siempre. Y el presente, por ahora, deja más preguntas que respuestas.
No se puede negar que jugadores como Morelos, Cardona o Sarmiento tienen jerarquía. Tampoco que hay una base sólida. Pero el funcionamiento colectivo aún está en construcción y los momentos de brillantez individual no alcanzan para disimular las grietas de fondo. En algunos pasajes del juego, incluso ante un rival disminuido, se notó cierta lentitud en la circulación, poca profundidad por bandas y una dependencia excesiva de los chispazos de los más experimentados.
Así que sí, Nacional cumplió. Hizo lo que tenía que hacer. No se dejó sorprender. Pero que nadie se confunda: este triunfo no alcanza para tapar las dudas ni para bajar la guardia. Es una victoria que, aunque contundente, no despeja el nubarrón que acompaña al equipo desde hace meses. No será un punto de inflexión, pero al menos no es un nuevo tropiezo.
Clasificados. En carrera. Con todo por demostrar. Nacional sigue vivo en Copa Colombia, y eso siempre es importante. Pero el verdadero examen, el que todos esperamos con ansiedad y exigencia, apenas comienza. Y ahí sí no habrá margen para lo obvio: solo valdrá el carácter, el fútbol y la grandeza. Porque este equipo no juega para pasar de ronda. Juega para levantar trofeos.
