Por:Andrés “Pote” Rios.
Debutó el 31 de enero de este año nada más y nada menos que ante un archirrival como Millonarios. De entrada y como pasa en el 125% de los casos con los refuerzos que llegan al club, había desconfianza por parte del hincha. Más aún cuando este muchacho flaco y de talla mediana no había jugado un solo partido en primera división y venía del discreto Pereira de la B. Toda una incógnita era su nombre.
¿De dónde es? ¿De dónde salió? ¿A quién se le ocurre traer a un “pelao” desconocido para ocupar el puesto que han ocupado nombres sagrados como los de Alexánder Mejía o el mismo Leonel Álvarez? ¿Ese a quién le ha ganado? ¡Al club no puede llegar un refuerzo así! En fin, esas fueron las dudas bajo el manto del comentario que muchos dijeron, o, mejor dijimos. La lección no está aprendida y creo que nunca aprenderemos: el juzgar los refuerzos cuando aún no se han vestido la camiseta verde, no tener paciencia para darles minutos, incluso algunos partidos y/o creer que lo de antes o quién ocupó ese puesto con gloria es eterno e imprescindible, y nadie más logrará cumplir con esa labor.
Pues bien, el sujeto en cuestión nació en un municipio perdido en nuestra geografía, que salvo por una canción que no recuerdo, no es muy conocido: Tamalameque, César. Su palmarés no arroja títulos, al contrario, arroja pruebas duras de la vida, dificultades, hambre, golpes, derrotas y el levantarse de nuevo. Todo eso mientras que ese joven llegó a Bogotá, fue domiciliario de una venta de pollos, se probó en la escuela de Churta, pasó a Equidad, se fue a Banfield en Argentina a estrenar el pasaporte, cayó al Pereira y de ahí llegó a Nacional. Repito: todo bajo el manto de la dificultad, de alegrías, poco.
¿Quién lo descubrió? ¿Quién tuvo la valentía de recomendar ese nombre desconocido ante la comisión técnica de Atlético Nacional y frente al profesor Almirón? Una mujer. Una mujer con mejor ojo para buscar talentos del fútbol que el más avezado de los scouting que hay hoy en día en el fútbol. A ella le hablaron de este joven volante, fue a Pereira, lo vio y no lo pensó dos veces y se lo trajo para Nacional. Su nombre: Carolina Ardila.
Y de qué manera acertó. Este joven muchacho de expresión seria, humilde y con bajo perfil, no necesitó de un periodo de adaptación y no se quejó. Llegó, se puso la sagrada camiseta verdolaga, escuchó con atención qué quería el entrenador de él, se calzó los guayos y jugó.
Y en esas anda los 8 meses que van de este año. Y en ese tiempo se volvió titular inamovible del club demostrando cualidades distintas: pase correcto, quite sin falta, ubicación precisa y en el tiempo justo, táctica impecable, técnica depurada en el pase, buena toma de decisiones, parada de balón y remate, y, lo más importante para ser figura en este gran club: actitud, profesionalismo y entrega.
Es presente en Nacional y futuro para la selección Colombia. Lastimosamente este tipo de casos no son comunes y por eso son de admirar. Si fueran cosa de todos los días los jugadores “distintos” serían normales…Casos como este son rarezas y por eso hay que disfrutarlos en cada minuto de juego ya que el fútbol actual hace que se los lleven muy pronto.
Es ADN Atlético Nacional. Es Jorman Campuzano y es tan pero tan nuestro.