Por: Juan Felipe Velásquez.
Atlético Nacional volvió a rugir en la Copa Libertadores con una actuación convincente y una victoria de peso: 3-1 frente a Internacional de Porto Alegre en el Atanasio Girardot. Un resultado que no solo le dio vida al equipo en el grupo F, sino que también lo ubicó segundo en la tabla con seis puntos, detrás de Bahía que tiene siete. Kevin Viveros se lució con un doblete y Billy Arce se reportó con gol y asistencia en una noche donde el equipo supo imponerse y también sufrir.
El partido comenzó con una clara intención ofensiva por parte de los dirigidos por Javier Gandolfi. Nacional salió a presionar, a incomodar a su rival, a mostrarle quién manda en Medellín. Y lo logró. El primer gol, nacido de una jugada colectiva por banda izquierda entre Arce y Cándido, terminó con un zurdazo de Viveros que infló la red y las tribunas. Luego, cuando Inter presionó y David Ospina respondió como el guardián que es, llegó el segundo en un contragolpe bien ejecutado por Hinestroza y definido con frialdad por Arce. Aunque un polémico penal le permitió al cuadro brasileño descontar, Nacional resistió con inteligencia y mató el partido en el tiempo de adición con otro gol de Viveros.
Ahora bien, no todo fue euforia. Esta editorial no se escribe desde la ceguera del resultado, sino desde la convicción de que en Nacional se celebran los triunfos, pero también se exige el cómo. Javier Gandolfi eligió cerrar el partido con una línea más defensiva, retirando a uno de los mejores volantes para meter un defensor extra. El resultado le dio la razón, pero el mensaje táctico inquieta. Nacional no es un equipo para esconderse en casa, menos cuando está ganando. Las formas importan. Aquí no se pide suicidio futbolístico, pero sí se exige valentía, porque la historia de Nacional está escrita con coraje y juego ofensivo.
Dicho esto, es justo reconocer y felicitar al profesor Gandolfi. Su lectura del partido fue inteligente. Tomó decisiones impopulares, sí, pero lo hizo desde la convicción táctica y no por temor. Enfrentaba a un rival poderoso que metió dos delanteros en busca del empate, y decidió equilibrar el equipo para proteger el resultado. Y lo logró. Su planteamiento fue eficaz. A veces, el camino más pragmático también es válido, sobre todo cuando se trata de avanzar en un torneo como la Libertadores. En eso, Gandolfi se salió con la suya, y Nacional terminó ganando con autoridad.
En el plano individual, varias actuaciones merecen mención. Marino Hinestroza ofreció un recital. Cuando está en cancha, el equipo es otro. Su desequilibrio, velocidad y claridad en la toma de decisiones lo convierten en una figura imprescindible y en serio candidato a exportarse como crack mundial. Kevin Viveros, con dos goles, confirmó que tiene alma de delantero verdolaga: no se esconde, pelea cada balón y tiene gol, aunque aún debe trabajar la precisión en la definición para dar el salto de calidad que lo lleve a Europa.
Y en el arco, David Ospina volvió a ser ese faro que guía y sostiene. No solo ataja, también lidera, corrige, ordena. Su presencia es vital, su influencia va mucho más allá de las manos. Es el capitán silencioso que levanta al equipo desde el fondo.
En resumen, Nacional ganó bien, está arriba en las tablas de Liga y Libertadores, y eso habla de un trabajo serio. Pero que no se confunda el aplauso con la complacencia. Seguiremos criticando con respeto, pero con firmeza, cada vez que el equipo se aleje de su esencia. Porque en Nacional se gana, sí, pero también se honra una identidad. Y esa identidad no se negocia.
