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NACIONAL APARECE DE NUEVO

Hay noches en el Atanasio que sirven para recordarle al país por qué Atlético Nacional no es cualquier club. No por los goles, ni por la tabla, ni por la estética del juego, sino por ese gen invisible que le permite resucitar cuando el partido parece perdido. Contra el Deportivo Cali, en un duelo de […]

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Hay noches en el Atanasio que sirven para recordarle al país por qué Atlético Nacional no es cualquier club. No por los goles, ni por la tabla, ni por la estética del juego, sino por ese gen invisible que le permite resucitar cuando el partido parece perdido. Contra el Deportivo Cali, en un duelo de verdes con aroma a historia, Nacional se reencontró con algo que había extraviado hace tiempo: el carácter.

El marcador inicial fue un déjà vu de pesadilla. Minuto 10, Andrey Estupiñán la manda a guardar tras un centro de Aponzá, y el Atanasio suspira con resignación. Otra vez. Otra vez el equipo dormido, otra vez la defensa partida, otra vez los murmullos entre los hinchas que hace rato aprendieron a vivir entre la frustración y la fe. Luis Marquínez, en reemplazo de Ospina, no tuvo culpa. El gol fue producto de desatención, de esas que ya parecen parte del libreto.

 

Foto: Maria Camila Ortega

Pero algo cambió. Por primera vez en mucho tiempo, Nacional no se hundió en la pasividad. Reaccionó. Con rabia, con orgullo, con lo que fuera, pero reaccionó. Matheus Uribe, el mismo que muchos pensaban que venía solo a cumplir años, apareció como el líder que hacía falta. Al minuto 28 empató el partido con un gol que tuvo todo lo que se extraña en este equipo: timing, decisión y jerarquía. La tribuna lo sintió. El rugido del Atanasio no fue por el empate, fue por la sensación de estar vivos otra vez.

Y luego vino el segundo acto. Con Arias en el banquillo, Nacional arrancó el complemento como si le hubieran recordado quién es. Andrés Sarmiento, que anda en versión rebelde, tomó la pelota en tres cuartos de cancha y la mandó a guardar con un zapatazo de media distancia que hizo temblar las tribunas. 2-1. Golazo. Grito. Catarsis. Esa sensación de que el verde puede, si quiere.

Después de eso, el partido fue una mezcla de dominio y sufrimiento. Sarmiento incluso marcó otro, una tijera digna de fútbol europeo, pero el fuera de lugar lo borró del marcador (no del recuerdo). Cali intentó reaccionar con más voluntad que ideas, pero el daño ya estaba hecho. El equipo vallecaucano salió del Atanasio con el noveno puesto y la mirada perdida, mientras Nacional, sin sobrarle nada, trepó al quinto lugar con 27 puntos y la clasificación prácticamente en el bolsillo.

Foto: Maria Camila Ortega

Y aquí es donde la historia cambia de tono. Porque más allá del resultado, hay un hecho que vale oro: Diego Arias, en apenas un puñado de partidos, logró algo que Gandolfi no consiguió en más de 50: remontar. Lo logró sin fútbol brillante, sin revoluciones tácticas, pero con algo que escaseaba: sentido común y actitud. Su Nacional no es vistoso, pero al menos pelea, y eso —para como venía el equipo— ya es noticia.

Sin embargo, que nadie se engañe. Este Nacional todavía está lejos de ser el gigante que dice su escudo. Hay tramos de buen fútbol, sí, pero son breves; hay individualidades, pero no sociedades; hay talento, pero poca memoria colectiva. El equipo da pasos firmes sobre terreno inestable, y lo hace con la sensación de que cualquier distracción puede costarle todo.

Aun así, cuando uno mira alrededor, ningún rival parece mucho mejor. La Liga BetPlay 2025-II no tiene un dominador. Todos fallan, todos sufren. En ese contexto, la jerarquía pesa más que el sistema, y la camiseta de Nacional sigue siendo una armadura que intimida. Si hay un club capaz de ganar jugando mal, de sobrevivir cuando todo se desmorona, es este.

No lo veo favorito, lo confieso. Pero es el más grande de Colombia. Y a veces, con eso basta para marcar la diferencia. Porque mientras otros celebran clasificar, Nacional asume la obligación de hacerlo. Su historia no permite menos. La verdadera competencia comienza cuando arranquen los cuadrangulares. Ahí no hay excusas, ni tablas, ni matemáticas: solo coraje, talento y mística.

Foto: Maria Camila Ortega

Arias ya cumplió con la primera parte: levantar al equipo. Ahora viene lo importante. Ahí, en el fuego de las finales, es donde se miden los equipos grandes. Y ahí quiero ver a Nacional. No como un participante más, sino como el que impone el ritmo, el que obliga, el que hace respetar la historia. Porque si algo ha demostrado este club, es que puede tambalear, puede sufrir, puede perderse por un rato… pero siempre vuelve

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