Por: Andrés ‘Pote’ Ríos
El sujeto llegó y fue resistido. La gran mayoría lo vapuleamos, fuimos ese tipo de hinchas que no va de la mano de la grandeza del club, nos portamos como imberbes reaccionarios y llegamos a pedir su salida. Eran otros tiempos, era otra coyuntura y no sobra, con toda la humildad del caso, pedirle perdón.
Él, entre tanto, aguantó, soportó, se apoyó en su familia, trabajó, se superó, entendió los colores que ya vestía, entendió el momento en que estaba, absorbió, como un buen estudiante que es, la sabiduría de directores técnicos con apellidos como Escobar, Osorio, Rueda y de compañeros como Juan Pablo Ángel. Pasó el tiempo y él, con su largo cuerpo, mutó, pasó de ser cuestionado a elogiado, pasó de la incertidumbre de ganarle un duelo a un delantero, a la certeza de levantar un trofeo, otro más, acá, allá, en esta cancha, en la otra, y sus brazos se acostumbraron a levantar copas y a lucir en un costado la faja sagrada de capitán del club más grande de este país.
Y es así como hoy este samario, de hablar pausado, mirada siempre a los ojos del otro, se despide de los colores verdolagas ¿Y cómo lo hace? Sentado en la misma mesa al lado de apellidos como Higuita, Armani, Cueto, “Turrón”, Aristizábal, Fernández, García, Navarro y Escobar, entre otros.
*Sí, en esa mesa se sienta con merecimiento este señor de gran presencia en zona defensiva, de buen quite en los duelos, de un enorme cambio de frente, de buena técnica, del darle orden a su equipo, de ser la salida limpia para gestar lo creativo del club, del ser el capo, con errores y virtudes, del camerino del equipo. Y adicione a todo lo anterior, 13 títulos, incluida una imagen eterna de él alzando la mítica Copa Libertadores con su camiseta sudada, al revés, con el número 12 y el Charales, ahí.
Hoy cuando sectores de la hinchada gradúan de ídolo a cualquier tipo que haga dos o tres partidos buenos, incluso una campaña buena. O, peor aún, que lamentan que cualquier aparecido presente una prueba y no la pase, o, adicional a esto, lloran y lloran jugadores que se fueron por plata y sin gloria, la lección de Alexis Henríquez es la del qué es ser un ídolo.
Ser ídolo de Nacional es ganarse esa condición a punta de mucho esfuerzo con una combinación de factores que cuestan mucho en la vida y más en este club. Él lo logró.
Por eso ¡Gracias gran capitán Libertador, queda usted en nuestra eternidad con letras doradas!