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LA HERIDA DE LA ELIMINACIÓN

Atlético Nacional quedó eliminado de la Copa Libertadores en una de esas noches que dejan cicatriz. No fue una simple derrota deportiva, fue un episodio de drama, de angustia y de contradicciones internas.
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La columna de Juan Felipe Velásquez Echavarría.

FOTOS: María Camila Ortega T. (Reportera Gráfica NEP).

Atlético Nacional quedó eliminado de la Copa Libertadores en una de esas noches que dejan cicatriz. No fue una simple derrota deportiva, fue un episodio de drama, de angustia y de contradicciones internas. En los penaltis, tras un 1-1 agónico en el Morumbí, Sao Paulo se quedó con la clasificación y el Verde se despidió con el corazón destrozado.

El partido arrancó con un mazazo en el primer minuto. Sao Paulo, esta vez en su verdadera dimensión de gigante brasileño, salió a devorar. En apenas tres minutos, un tiro de esquina, doble cabezazo en el área y André Silva ponía el 1-0. Nacional estaba desconcertado. Cardona desaparecido, sin juego por las bandas, sin control de pelota. El rival imponía condiciones y la clasificación parecía escurrirse de las manos.

El segundo tiempo trajo la reacción. Nacional sabía que era todo o nada. En el minuto 69, llegó la chispa de esperanza: penalti a favor y la decisión de que Morelos cobrara. El Búfalo no falló. Empató la serie y encendió la ilusión con un gol que fue desahogo y desgarro al mismo tiempo. La tribuna verdolaga en Brasil rugió con el grito que parecía la llave de la resurrección.

 

Pero en medio de la euforia llegó la desgracia. Edwin Cardona, con su historia, con su jerarquía, con el respaldo incondicional de una hinchada que días antes lo aplaudió de pie en Medellín, se dejó llevar por un duelo personal innecesario. Tras el gol, buscó provocación, buscó venganza, y terminó expulsado por un gesto infantil que lo dejó marcado. Nacional quedó con diez jugadores en el peor momento posible, justo cuando necesitaba cabeza fría, serenidad y madurez.

Con un hombre menos, Nacional resistió el asedio paulista. Ospina sostuvo con su experiencia y la defensa multiplicó esfuerzos. El pitazo final condujo al terreno más cruel del fútbol: los penales.

Ahí el Verde volvió a fallar en la cita con la historia. Mateus Uribe erró, Marino Hinestroza también, y ni siquiera la sobriedad de Tesillo o la potencia de Morelos alcanzaron. Ospina, símbolo eterno, no pudo detener ninguno. Sao Paulo aprovechó, cerró la serie y mandó a Nacional al abismo de la eliminación.

La derrota duele por muchos motivos. Porque Nacional fue superior en el 80% de la serie, generó opciones de sobra y debió liquidar en Medellín. Porque ídolos de peso, aquellos llamados a sostener al grupo en la adversidad, no estuvieron a la altura. Porque la ilusión de una Libertadores larga se apagó demasiado pronto. Pero lo que más duele no está en la pizarra ni en el marcador. Lo que más duele es la herida abierta por quien debía ser guía y referente.

Y aquí hay que hablar claro, sin rodeos. El golpe más duro no fue el penal errado ni el gol recibido. Fue el puñal que nuestro propio hijo futbolístico nos clavó en el pecho. Edwin, el problema nunca fueron tus penaltis fallados en Medellín, ni tu bajo rendimiento en la serie.

Eso lo entendemos, lo asumimos, porque hasta los más grandes tropiezan. Aquí, incluso en tu peor momento, encontraste una hinchada que te arropó, que te aplaudió de pie en el Atanasio frente a Fortaleza, que te levantó con un “estamos con vos”.

Pero esa misma hinchada, que te tendió la mano, no merecía que pusieras tu ego por encima del equipo. ¿Con qué cara vas a mirar ahora a la tribuna que te abrazó cuando más lo necesitabas? No es justo ni aceptable que hayas buscado una revancha personal, porque jamás será más importante el apellido en la espalda que el escudo en el pecho.

¿Era necesario gritarle el gol en la cara a un rival frente al árbitro? No. ¿Era necesario exponer al equipo a jugar con diez en una batalla tan decisiva? No. Lo único que lograste fue satisfacer tu orgullo, pagando con el sacrificio colectivo.

Nadie aquí te condena por errar penaltis ni por un bajón deportivo. Eso lo hubiéramos aguantado, porque eres un hijo de la casa y sabemos lo que has dado. Pero lo que no se puede aceptar es que un veterano de mil batallas, con quince años de carrera, se deje cegar por un duelo personal sin sentido. Tu gesto no fue liderazgo, fue egoísmo.

En esta ocasión, Edwin, te soltamos la mano. Sigues siendo referente, sigues siendo hijo de esta institución, y te respetamos por tu historia. Pero precisamente por ese amor y por ese lugar privilegiado que tienes en la memoria verdolaga, es que debemos reprocharte con dureza. Porque lo hiciste mal, porque nos defraudaste, porque necesitamos que aprendas de una vez que la camiseta de Nacional no se usa para batallas personales, sino para la gloria colectiva.

Es hora de que crezcas, es hora de que madures. Esta hinchada te quiere, pero no puede ser ciega ante una actitud que dañó al grupo en su hora más difícil.

Lo que pasó en el Morumbí debe servir para recordarle a todos, empezando por los ídolos, que aquí nadie está por encima del escudo. Que la camiseta verdolaga pesa más que cualquier nombre propio. Que la verdadera grandeza no se mide en provocaciones, sino en sacrificio y respeto.

 Afortunadamente, el fútbol siempre ofrece segundas oportunidades y, a la vuelta de la esquina, llega nada menos que el clásico frente al América de Cali. Será el momento para que Edwin empiece a redimirse, porque esta hinchada sueña con la estrella en diciembre.

Y será también la ocasión para que el equipo sacuda la tristeza, respire aire fresco y se levante anímicamente tras la dura eliminación. Confiamos y seguiremos confiando. Apoyamos y seguiremos apoyando.

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