Por: Andrés ‘Pote’ Ríos
Ser hincha es parte de la vida, no es la vida. Atlético Nacional es una parte importante de la vida, no es la vida. La vida tiene matices que son fundamentales y primarios como el yo, la familia, la salud, el trabajo, lo económico, el amor y ser feliz. Dentro del matiz del ser hincha va la connotación del entretenimiento encapsulado dentro de un juego que conlleva una filosofía, un gusto y hasta un amor por algo que nos sentimos identificados y, en gran parte de los casos, se heredó bajo un legado familiar fuerte. Esa es mi premisa, Nacional es muy importante en mi vida, busco en él el ser feliz, aprender, pasar buenos momentos y, dentro del marco de lo que implica las leyes de un juego, vivir derrotas y días duros en los que todo debe durar lo que dura una noche y la nueva puesta del sol.
Bajo esos parámetros hay que vivir esto. Ya pensar que un equipo de fútbol es la solución a tus falencias de vida, no lo creo, el que tu equipo te dé alegrías es un oasis ante todo lo que conlleva el duro trasegar de la vida. Y sí, sabio eterno será el gran Oswaldo Zubeldía cuando decía que: “El camino a la gloria está plagado de espinas y no de pétalos de rosas…”
Las grandes victorias no se cosechan de la noche a la mañana y no son fruto de la combustión espontánea. Ha pasado, sí, pero son rarezas dentro del marco del deporte. Los procesos, como todo en la vida, conllevan planeación, acierto, error, caída y levantada, replanteamiento, rectificación, creencia, paciencia, mano dura, docilidad en ciertos momentos, carácter y, ante todo, perseverancia. El que abandona en el marco de los procesos es considerado débil, sale del proceso y no merece del éxito del mismo cuando este eclosione. Pero el fútbol es tan bello, en sí el deporte en general, en la victoria, en el momento de levantar las copas, siempre con humildad recibe a los que denigraron o a los que dudaron. Ese “bus” siempre tiene puestos a la hora de ganar.
Ahora bien, este Atlético Nacional que fue pletórico en 2016, que nos enamoró más de la cuenta, que nos llenó de éxito, lleva un tiempo navegando aguas turbias. Y a pesar de ese sube y baje, de ese electrocardiograma emocional que ha vivido el club, los títulos no han faltado en 2017 y 2018. De nada han servido esos “analgésicos” para que muchos, en su derecho como hinchas (cada quién lo vive a su manera, a su nivel de ambición y a su formación humana) reclamen más, afirmen que el club está en un casi “estado terminal” y piensen que esto es el acabóse.
Yo, como dirían en la brillante historieta de Mafalda, creo que estamos en el “empezose del acabóse”, del borrón y cuenta nueva. Y lo anterior no es fácil, no es dar un chasquido de dedos y ya seremos campeones de todo. No, esto es de paciencia y de dos ítems fundamentales que tiene que recuperar la hinchada, los directivos, los dueños y los jugadores: la confianza y la alegría.
Acabamos de terminar un semestre horrible. Si, con tres objetivos deportivos de la mano de la palabra fracaso. Uno de ellos, el de la liga, con un saldo de tres partidos perdidos como local en el cuadrangular. En sí, cuando el respeto por la casa -llámese Atanasio- se va al traste, la cosa va del lado opuesto de la alegría.
Y es esa alegría, la que se perdió desde todos los frentes, la que más me preocupa más allá de lo táctico y de la falta de merecimiento de algunos jugadores para lucir el escudo de las tres torres. Sin alegría en la vida no somos nada. Por eso una crisis económica, una desilusión en el amor o en las relaciones importantes humanas, o perder la salud, minan ese espacio sagrado que implica el ser feliz. Hoy en Nacional, la alegría brilla por su ausencia.
Jugadores como Lucumí, Machado, Cuadrado, Ramírez, Mafla o Duarte, nunca denotaron alegría, goce por el juego mismo, satisfacción por recibir un pago enorme por hacer lo que se supone más les gusta. La alegría en el juego, (¡No olvidemos que esto es un juego!) no se vio. Al contrario, caras de angustia, rostros de obligación, gestos de aburrición ante la responsabilidad del juego mismo.
Del lado de los directivos, ni un respiro. Esta directiva, que lleva año y medio, le ha tocado lidiar con una administración que varía de problema con cada semana. Y sí, es parte de su función, como también lo es administrar buenos vientos y buenos tiempos, cosa que poco o nada se ha dado. Lío tras lío, vendaval tras vendaval, eso ha sido el torbellino Nacional de los últimos tiempos. Y los defiendo porque he visto el amor que sienten por el club. Pero ¿la alegría? Difícil sostenerla ante tanto… Eso sí, hay que mejorar las decisiones, el margen de error en la administración y directrices es corto.
Y desde los hinchas. El éxito nos malcrió, nos convirtió en una masa que no da margen al error, que ante el mismo quiere siempre devorar al culpable, “sangre” y que no quede nada ante el que osó equivocarse o no dio la talla. Cero paciencia y siempre búsqueda de la perfección. Y amigos, yo entiendo, pero la realidad es otra, la perfección no existe y menos en un deporte, en un juego. No hay un equipo en el mundo que todo lo gane, semestre tras semestre, año tras año. La grandeza no se construye solo a punta de victorias, también la fundamenta la crisis. Pensar que Nacional todo lo va a ganar siempre, es no entender esto. Eso sí, la grandeza no se pierde y hay que cultivarla desde la hinchada también. Exigir, siempre, pero el cómo es clave.
Y con todo ello, la hinchada ha estado y estará ahí. Fue la de mejor promedio, fue la que estuvo en el Atanasio, es la que pide algo que no se negocia: la actitud y darlo todo por estos colores. Y nosotros, los hinchas, también perdimos la alegría y se nos volvió, este semestre, una incertidumbre, una procesión.
Que vuelva la alegría, esa es la razón de ser de esto. Para ello, trabajen en equipo, elijan bien, trabajen sin descanso, recuerden qué somos y retomemos el camino.