UN PENAL CON RENÉ HIGUITA
Por: Andrés “Pote” Rios
Montarse en un automóvil que condujera Ayrton Senna, lanzarle una bola a Édgar Rentería, jugar un 1 vs. 1 con Michael Jordan, intercambiar unos puños con Tyson (no, mejor esa no), volear durante un par de minutos algunas bolas con Roger Federer, sueños que se pasan por la cabeza a la hora de disfrutar y admirar el talento de estos seres extraterrestres que han marcado la historia. No es utópico muchas veces, conozco a varios que, en medio de una casualidad o porque tuvieron en su juventud alguna competencia cercana a ser profesional, se codearon y compartieron cancha con un referente. Yo compartí un penal con una leyenda del arco, un maestro de las atajadas y la locura, el gran José René Higuita.
En 2014, hice parte del equipo de producción de un documental sobre René Higuita que se grabó en la sede deportiva de Atlético Nacional. Mi labor, más allá de ayudar a construir el libreto y la línea narrativa, era la de ser uno de los lanzabalones, en sí, era una mezcla de recogebolas, pone conos y lanzador de centros.
René estaba recién llegado de su experiencia en tierras árabes como preparador de arqueros del club Al-Nasr. El Loco llegó muy puntual a la sesión de videos en compañía de su hijo Andrés y de una de sus nietas. La idea era que grabáramos ejecutando ejercicios con balón en los que él contara los secretos que aplicó para brillar como lo hizo en su mágica carrera.
La primera sorpresa me llegó cuando empezó a calentar, me vio sin hacer mayor cosa y me dijo: “Andrés, venga hermano, calentemos, métase al arco”. Creo que no entendí bien en su momento. ¿Yo al arco? Yo, que poco o nada tapé. Que estaba gordito, que tengo rodillas pulverizadas y sin cartílagos, que estaba en momentos de “cero agilidad cuarentona” ¿Yo me iba a meter al arco? Pues sí. Quién le iba a decir que no a René Higuita.
Me hizo unos quince remates, todos de gran factura. Yo hacía lo que podía. Me sentía ridículo al tratar de “estirarme” (si es que a eso le puedo llamar estirar) para tratar de detener los disparos de René. Y es que no sobra aclarar que la pegada de René siempre fue exquisita, de eso puede dar fe Germán Burgos, el exarquero de RiverPlate. El caso es que todos los disparos fueron gol, igual iban a ser gol si la que me hubiera hecho los remates hubiera sido la nietecita de René. Yo ahí era un adorno, pero era feliz.
Al filo del mediodía, luego de cumplir con la grabación, de haber oficiado como recogebolas, lanzador de centros y acomodador de conos, René dijo que hiciéramos un duelo de penales. Me miró de nuevo a mí, explícitamente me dijo: “Quiubo pues, Pote, vamos con un solo penal, usted me lo cobra y solo va a tener esa opción. Lo veo pues”.
Unas veinte personas, entre el equipo de producción, unos invitados y otros colados que estaban ahí presentes, de inmediato secundaron la moción. “¡Hágale, le da miedo o qué!”, “¡pilas pues se lo come!”, “¡si se lo come paga el almuerzo, tronco!”. Con la presión del “público”, tomé el balón, lo acomodé en el punto del penal, miré a un lado, muchos grababan con el celular. Miré al frente y ahí estaba el tipo que tapó cuatro penales en una final de Libertadores, que tapó otro penal en una copa del mundo, que atajó más penales decisivos en un sinnúmero de estadios, que cambió el reglamento de la FIFA por su estilo; el tipo que conocen en toda la Vía Láctea por lo que hizo en el fútbol; ahí, frente a mí, retándome en un penal.
Tomé impulso, afiné la pierna zurda y me aislé de todo lo que me decían. Éramos René y yo, yo y René, no había más en esa dimensión. Acaricié de forma maradoniana ese cuero, saqué la calidad que, no sobra reconocerlo, tuve en mis buenos años en las canchas y el balón hizo lo que mi cerebro quería que hiciera: se clavó en el ángulo superior derecho del lugar donde estaba ubicado uno de los mejores arqueros de la historia. René, antes del cobro, dio unos saltos, con la mano señaló a donde iba el balón, adivinó el lugar, pero no lo atajó. Eso no lo atajaba nadie.
Yo, lo confieso, ni celebré. Sí lo hicieron los que antes me matoneaban, balbucearon un escueto: “Eh, bien, Pote”. Yo, con la cabeza gacha, con pena, ruborizado, fui hacia donde René; por poco le pido excusas por semejante “sacrilegio”. Él me abrazó, dijo que un penal jamás sería fácil y nos reímos.
Inolvidable esto en mi vida. René Higuita es de una grandeza inconmensurable, lo adoro.
Acá, el vídeo de ese momento.
Nota: Esta columna fue publicada también en Publímetro Colombia.